Esta semana os hablaré brevemente de lo que yo llamo "los cuentos invisibles".
Los "cuentos invisibles" son aquellos que se te ocurren en un momento de lucidez, que tú encuentras geniales, o cuanto menos ingeniosos o divertidos, que incluso llegas a escribir (y disfrutas haciéndolo)... Y luego resulta que alguien escribió tiempo atrás algo similar, con lo que todo tu esfuerzo se queda en nada.
Es curioso, muchos dicen que todo está escrito y que solo cambia el punto de vista, y creo que es cierto. Pero también creo (y el verbo "CREER" lo utilizo aquí como el que lo utiliza para expresar su fe en Dios) que existe una extraña conexión entre los cerebros de todos los creadores; que el que escribe tiene una percepción especial, indefinible y extrasensorial, que existe una empatía animal entre creadores; que las ideas de unos generan ecos que recogen otros, que a su vez transforman esas ideas generando nuevos ecos; que existe una especie de consciencia colectiva creativa.
Suena a parafernalia religiosa, la verdad. Pero yo estoy convencido de que esto pasa.
¿Qué opináis?
El "cuento invisible" que os presento tiene una pretensión puramente lúdica. En aquel momento yo andaba escribiendo "EL PUEBLO CONTRA HOWARD HENDERSON" (ver descargas de relatos), y quería seguir trabajando con el personaje de Arthur J. O´Donnell, el abogado criminalista, en una serie de relatos rocambolescos cercanos al disparate.
Así que escribí "Justicia para todos" y se lo leí a un par de amiguetes, que se echaron unas risas. Pero, cuando yo ya estaba regodeandome de mi pequeño chiste-cuento, uno de ellos me dijo:
- ¿Has visto la peli "MAGNOLIA"?
Tuve que reconocer que no, así que él me la dejó, y nada más ver el principio me cagué en la puta. Los que la hayan visto comprenderán que fue como si me cayera un rayo.
De todas formas os ofrezco mi pequeño relato, con la esperanza de que, aunque exista esa maldita película, disfrutéis de una breve lectura.
Si es así ya sabéis qué espero de vosotros: que enviéis el relato a toda vuestra lista de contactos.
"En Louisville, Kentucky, vivió Edgard G. Kaminsky, individuo triste donde los haya y campeón olímpico dos veces consecutivas de salto de trampolín., que intentó suicidarse lanzándose al vacío (con un elegante triple salto mortal) desde su balcón, situado a una altura aproximada de un segundo piso, o the second floor, como dicen los americanos.
Lamentablemente no sólo no perdió la vida sino que acabó cayendo sobre Lionel Jhon Garret, viajante de comercio que pasaba por allí con cierta prisa, y que sí murió a causa del impacto en la cabeza.
Dada la magnitud de la tragedia, Edgard G. Kaminsky contrató los servicios de Arthur J. O´Donnell, uno de los mejores abogados criminalistas del país (si no el mejor) que durante el juicio alegó enajenación mental transitoria [...]"
Y por hoy es todo. Voy a seguir abriendo cajas, que mi mudanza a una nueva bat-cueva aún no ha finalizado.
Volved pronto, que aquí os espero. ¿Con qué? Pues con...
¡UN CUENTO A LA SEMANA!