Buenas tardes, amigos del murciélago.
Hay personas con las que te topas cada día. En la calle, en el metro, en el trabajo. Gente a la que no conoces, pero que se asimilan a tu entorno hasta convertirse en una especie de accesorio de tu vida. Hablo del señor calvo que siempre lee el periódico, del tipo con cara de bonachón que camina como una especie de osezno, de la abuela que pasea al chihuahua justo cuando vas a comprar el pan, del chico o la chica guapa que te mira con timidez desde la otra punta del vagón de metro, del anciano que siempre está esperando a alguien en la puerta del Corte Inglés cuando cruzas para ir al trabajo...
Con toda esa gente, que nunca formará parte de tu vida, se crea una camaradería especial e indefinida. Y tiene su gracia que sea así. Si tuvieras que elegir, seguro que mirarías con ojos más amables a es tipo con cara de pez que comparte contigo cada día el asiento del autobús y que deja el periódico, al bajar en su parada, para que tu lo cojas y lo leas.
Curiosidades.
Y un día ya no están.
¿Qué fue de ellos? ¿Dónde han ido? ¿Se los ha tragado la tierra o los han abducido los extraterrestres? Horror ¿habrás hecho algo que les moleste? ¿O es que los han asesinado?
Esto no cambia nuestra rutina, claro, y aunque sus rostros se van desdibujando con el tiempo, siempre queda una especie de sentimiento fraternal.
Al menos a mi me pasa así.
Cuando uno de estos personajes desaparece lo noto. Y este relato tragi-cómico habla sobre uno de ellos.
MONJAMON
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Puedo decir que le he visto envejecer durante los últimos cinco años, sentado en esas escaleras, con una caja a los pies y algunas monedas, escuchando una maltratada radio manoaurual que suena tan fina como un tenedor rascando un plato.
Ahí estaba, al salir del metro. Una contante matemática [...]
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Y hasta aquí mi regalo semanal.
No me olvidéis. Volved por aquí pronto. El murciélago os espera.
¡UN CUENTO A LA SEMANA!