miércoles, 24 de junio de 2015

EDWARD PAGE MITCHELL Y EL ESPECTROSCOPIO DEL ALMA.



Los que conocéis el blog ya sabéis que soy un ávido lector y coleccionista de relatos de cualquier género. Pero como las antologías de relatos jamás han estado entre los best-sellers, la búsqueda a veces se hace algo tediosa.

Esto no me ocurre con los géneros fantástico y de ciencia ficción. Por suerte Barcelona está bien surtida gracias a la librería Gigamesh y a ese maravilloso pasillo de saldos, stocks y segunda mano, donde uno puede encontrar una gran variedad de libros de cuentos de clásicos del Sci-Fi, muchas veces a buen precio. A lo largo de los años, Gigamesh me ha ayudado a reunir una buena colección de relatos que me han entretenido y sorprendido y que han nutrido mis conocimientos sobre el arte de la narrativa.

http://www.orcinypress.com/producto/el-espectroscopio-del-alma/

"El espectroscopio del alma" de Edward Page Mitchell fue una de esas compras que se hacen con desconocimiento, un poco por instinto, un poco por azar, y que después te hacen sentirte orgulloso de tu fino olfato de sabueso.
Aquel día iba con bastantes prisas y sólo me pasé por la librería para curiosear las novedades y después salir pitando. Pero quiso el destino que ese día de marzo, que en principio se presentaba soleado, se fuera tornando gris hasta que, justo cuando salí por la puerta de Gigamesh, empezó granizar (sí, granizar, lo juro). Y mientras dejaba correr los minutos contemplando como la gente corría a guarecerse en cualquier sitio, yo decidí, con un suspiro de satisfecha resignación, volver a la librería.
En ese momento se presentaba "El final del duelo" de Alejandro Marcos Ortega, publicada por Orcinny Press (novela que recomiendo encarecidamente). El editor también hizo una breve presentación de "El espectroscopio del alma", del que ahora hablaremos.

Si fuera supersticioso diría que los dioses del Sci-Fi lanzaron sobre mí una granizada para que saliera de Gigamesh con aquellos dos libros. Si eso fuera posible (me declaro agnóstico), les daría las gracias por los buenos ratos que su lectura me ha proporcionado.

Sobre la biografía de Edward Page Mitchell no me extenderé demasiado porque para eso podéis leer el estupendo prólogo que viene incluido en el libro o acudir a la wikipedia. Baste decir que se considera un clásico de ciencia ficción moderna. Hablamos de un caballero del siglo XIX que escribió sobre máquinas del tiempo y hombres invisibles antes que el mismísimo H.G. Wells.

Es cierto que hablando de ciencia ficción, el contexto histórico, cultural y social de la época determinan en gran medida la importancia de la obra de un autor, y Mitchell no es una excepción. Pero yo no soy historiador, ni tampoco un teórico del Sci-fi y esto no es una convención de género.
A mí me interesan los relatos en sí mismos. Y a eso voy.

Ya había leído dos de los cuentos más famosos de este caballero, puesto que se han incluido anteriormente en otras antologías de varios autores clásicos de C/F. Se trata de "El hombre de cristal" y "El reloj que retrocedía". Son precisamente estos relatos los que dejan más patente el carácter innovador de Mitchell, pues son anteriores a H.G. Wells (repito) y hablan de máquinas del tiempo y hombres invisibles. En todo caso, siendo muy interesantes, son los relatos más serios del libro y, aunque queda claro que el autor se anticipó a su tiempo cuando los escribió (y esto no es moco de pavo), a mí me resultan más convencionales en cuanto a narrativa. Al fin y al cabo, si Mitchell se anticipó a Wells con los viajes en el tiempo, otros se anticiparon al propio Mitchell. Y en cuanto a hombres invisibles, el tema se ha abordado muchísimo antes (aunque no desde una perspectiva científica sino más bien fantástica).

Han sido el resto de cuentos incluidos en la antología de Orcinny Press, los que me han fascinado, revelándome la personalidad de un autor verdaderamente imaginativo y juguetón.
Sus cuentos son interesantes, entretenidos y muy muy divertidos.

El tono general es humorístico, satírico en muchas ocasiones y el estilo se acerca a menudo a la crónica periodística donde generalmente el narrador es una especie de escriba (o testigo) que nos transmite la increíble historia del protagonista sin apenas participar en la acción. En ese sentido vale la pena señalar que sus relatos solían publicarse de forma anónima en periódicos, como si de noticias se tratara (de nuevo os remito al prólogo). Independientemente de este detalle, los cuentos funcionan a la perfección ciento treinta años después de ser escritos, y su prosa es clara y bastante directa para tratarse de un escritor del siglo XIX.

De hecho, narrador y protagonista (o ambos cuando coinciden) suelen usar la voz de un caballero ilustrado, con cierto grado de conocimientos y educación que, en muchas ocasiones me ha recordado al Asimov más satírico de “Azazel” o al Arthur C. Clark más irónico y gamberro de “La taberna del ciervo blanco”, por citar dos referencias (grandes referencias, por cierto) más modernas.

La trama suele desarrollarse cuando el héroe se enfrenta a un problema irresoluble, forzado por las circunstancias, y debe acudir a pedir auxilio a un científico, que le trata como un ahijado, para resolver su problema. En ocasiones el antagonista también es un hombre de ciencia y sus tesis entran en conflicto con las creencias del protagonista. En todo caso, la figura del “sabio”, ya sea como mentor o villano,  está presente en la mayoría de relatos. Y os aseguro que los buenos “doctores” y “profesores” no tienen desperdicio. Sus teorías están tan bien argumentadas en su forma como disparatado es su contenido, lo cual provoca resultados de lo más hilarante. Los discursos científicos o filosóficos de los personajes son prolijos, pero comprensibles y sumamente divertidos. Delirantes, logran suspender la incredulidad del lector gracias al ingenio y la ironía. ¿Ejemplos breves?

1)      Jean Marie Rivarol, cuyos extravagantes inventos y soluciones para librarse de sus acreedores son dignas de una película de los hermanos Marx.

2)      El profesor Surd, cuya hija se llama Abscisa (la combinación de nombre y apellido nos lleva indefectiblemente a la palabra “Absurd”) que desprecia a todo pretendiente de su hija que no tenga una mente matemática.

3)      El profesor Dummkopf, que nos detalla como cambiará el mundo cuando por fin consiga fotografiar y analizar el alma humana, y que pierde la cabeza (¿o es el cuerpo?) cuando uno de sus experimentos falla.

4)      Los doctores Schwank y Diggelman, obsesionados con practicar trepanaciones.

5)      El señor Daniel Webster Wanlee, político cuyo discurso va más allá del veganismo puesto que considera que los vegetales también son seres sensibles.


Hasta cuando se pone serio, Mitchell llena sus párrafos de alusiones humorísticas a las manías y obsesiones de estos eruditos. Sin duda era un hombre culto, que sentía fascinación y curiosidad por la ciencia y la sociología, pero tenía la suficiente lucidez como para reírse del esnob mundo académico de la época.

No sufráis los impacientes. Sus páginas no están llenas de interminables y densas descripciones atmosféricas, tan comunes en los relatos de la época. La narración tiene un buen ritmo y no se hace pesada. Los desenlaces son imprevisibles y, en muchas ocasiones, los relatos finalizan de un modo abrupto que en otro tipo de cuentos resultaría demasiado forzado, pero que aquí, debido al tono general que raya el disparate, quedan perfectos.

En definitiva sus relatos demuestran una gran técnica narrativa, además de ingenio e imaginación. Y un finísimo sentido del humor que ha sido el pequeño extra que me ha enamorado.

Sin revelar ni resumir la trama de ninguno de los cuentos (se disfrutan mejor si no se sabe de qué van), debo decir que mis favoritos son “El taquipombo”, “El experimento del profesor” y “Nuestra guerra con Mónaco”, por ser los relatos más descabellados, refrescantes y dementes que he leído en mucho tiempo.

Cuentos que son pequeñas joyas donde se mezcla la especulación científica, filosófica o social, con el desenfreno de la comedia de enredos.
En mi opinión, una antología muy recomendable tanto si eres lector de ciencia ficción, como si no.

Buscadlo, compradlo y disfrutadlo.

Ahora, aunque sigo declarándome agnóstico, voy a encender otra vela a los dioses del Sci-Fi. 
¡Que sigan descubriendome maravillas toda la vida!